No tomamos una foto sólo con una cámara y listo; el acto de fotografiar viene acompañado de todos los libros que hemos leído, todas las películas que hemos visto, toda la música que hemos escuchado y todas las personas que hemos amado. (Ansel Adams)

 

Me llamo Paulina Polkowska y vine a este mundo el 15 de junio de 1987 en Varsovia (Polonia). Tras licenciarme en Filología Hispánica en Varsovia, me establecí en Barcelona el 29 de julio de 2013, una fecha grabada en mi memoria porque marcó el inicio de otra etapa en mi vida (una de varias).

Si me tuviera que definir ahora mismo, creo que me describiría como una apasionada de la vida y una inconformista. Dediqué los primeros años de mi carrera profesional a la traducción e interpretación, entre otras labores. Siempre me habían gustado la literatura, las palabras y las lenguas por su capacidad de hacer de puentes en la comunicación entre personas. Sin embargo, tras unos años de trabajar por mi cuenta en ese sector, comencé a sentir que lo que hacía no me llenaba del todo y que necesitaba otro estímulo en mi vida: sobre todo, interactuar más con personas, hacer algo más íntimo más creativo, experimentar, explorar, viajar… Sentí que las palabras ya no me bastaban para expresarme.

Y es entonces cuando llegó la fotografía, a finales de 2013, aunque desde mis dieciocho años ya intuía algo de esa pasión por el retrato y por la fotografía documental y callejera. A mis veintisiete años, en medio de una profunda crisis existencial entrelazada con una enfermedad y mucha soledad, me sentí obligada interiormente a preguntarme por el sentido de mi vida y de lo que hacía en ella y con ella. A preguntarme, sobre todo, quién era. Los acontecimientos que pasaron a lo largo de mi vida y a continuación, mi interpretación personal de ellos y mi forma de ser y de sentir, me llevaron a construir mi propio mundo interior, a menudo lleno de dolor, desilusión, angustia, tristeza y esperanza, junto con la sensación de no poder expresar con palabras todo lo que llevaba por dentro. Por eso, la fotografía ha sido para mí una forma de terapia, expresión de mí misma, con su poder de describir lo indescriptible. Me di cuenta de que, a veces, las palabras desvirtuaban mucho la realidad y se quedaban huecas a la hora de hablar de emociones y sentimientos. Me di cuenta que los demás no podían entendernos si nosotros mismos no nos entendíamos. Y que mientras no conseguíamos comunicarnos correctamente con nuestra boca, quedaban por explorar muchas otras vías de expresión: la escritura, el movimiento, la música, la fotografía… Todo esto para reconectar conmigo misma y, por consiguiente, con el universo, para así vivir en armonía.


En mi educación fotográfica he pasado por varios centros educativos, entre ellos el Institut d’Estudis Fotogràfics de Catalunya, pero el punto de inflexión para mí fue conocer en junio de 2016 a Jordi Oliver (gran profesional, pero sobre todo gran persona), un fotógrafo documentalista inspirador que me enseñó a fotografiar desde las entrañas y al que le estaré eternamente agradecida por ello. Es también quien me hace descubrir que, definitivamente, lo que más me apasiona es la fotografía documental: el poder de contar historias a través de las imágenes, transmitir sentimientos y emociones, realidades diferentes, estar en lo social y a la vez reconectar con la naturaleza, romper los esquemas, tratar con personas normales y corrientes y, sobre todo, ver la belleza donde antes jamás la habría buscado: en cada rostro, en cada sitio, en cada objeto, en cada paisaje y en cada silencio. En pocas palabras, extraer el alma de lo observado, demostrar que la belleza está en todo si quiero verla y que todo es perfecto. Seguramente por eso, en la mayor parte de mis fotos me inclino por el color y su intensidad, porque es así como suelo ver la vida: llena de color, intensidad y oportunidades. El blanco y negro me sirve cuando quiero dar rienda suelta a la melancolía y la nostalgia, que también han estado siempre muy presentes en mí y que amo igual que la alegría (ya que, en realidad, ambos forman parte de un todo).

No busco mis fotografías, simplemente las encuentro. Lo mío no son retratos posados o historias y escenarios inventados o preparados previamente, sino que más bien aprovecho para decir algo acerca de lo que me encuentro y para mostrar mi visión al respecto.

Creo que absolutamente todos tenemos alguna historia que contar y que no existen vidas pocos interesantes. Siento que mi vocación es transmitir mi visión del mundo y compartir su armonía y belleza, que siempre están en los ojos del que mira. Para mí, la armonía y la belleza van más allá de los rasgos físicos, es cuestión de ser auténtico.

A partir del febrero de 2019 (aunque ha germinado a lo largo del todo año 2018) he creado el proyecto Fotografía y Concienia dedicado a la fotografía en el ámbito de desarrollo perosnal, terapétuco y espiritualidad. Más información acerca de este otro proyecto de vida encuentras en mi segunda página: www.paulina-polkowska.com

Muchas gracias por leer estas palabras y por tu atención.